"White Horses" avisa desde los primeros compases que los de Duluth van a seguir ahondando en la brecha abierta con sus dos discos anteriores, producidos por BJ Burton. Esta especie de falsa trilogía abre en canal las contradicciones de Low con respecto a la misma existencia. Lo bueno y lo malo de estar vivo, sin miramientos, con desgarro y mucha emotividad.
Vuelven a una estética sonora armada con herramientas provenientes del mundo de la música electrónica no convencional, retorciendo aún más la idea originaria. Experimentando como décadas atrás hacían los maestros de la vanguardia, que no despreciaban ningún tipo de sonido por ruidoso que fuera.
En el disco habitan bases densas de pura niebla cortante e hiriente, palpitaciones convertidas en loops, y sonidos que desfloran esperanzas a través de unas melodías que se posicionan sobre ese muro sónico, aparentemente frío, pero que tiene más "alma" que muchas de las producciones que nos entregan los grandes popes de lo alternativo.
Low labran su camino iniciado hace casi 30 años, siguiendo la estela de grupos como los maravillosos Bedhead y toda aquella escena ya lejana que alguien definió como slowcore. Una etiqueta que la propia banda de Minesota rechaza.
Recuerdo la primera vez que les escuché. Fue con la canción "Shame", de su segundo disco. Tras sus dos primeros álbumes en un pequeño sello discográfico, saltaron a mi idolatrado sello Kranky, hogar de algunas de las bandas más luminosas de los últimos tiempos. Pero fue en Sub Pop, sí, ese sello super grunge de la escena rock alternativa de los años 80 y 90, donde se mueven como pez en el agua y con total libertad para expresar su idea metafísica del mundo. No debemos olvidar que son de un lugar donde ser mormón es tan masivo como nuestra religiosa forma de convivir socialmente en España, la de ir de terraza en terraza en busca de bares.
Nostalgia, tristeza, esperanza, emotividad, sanación, depresión. Todo esto, y más, puede concentrarse en una canción tan redonda como "All Night", que podría haber sido el single, pero no lo es. Esa composición es uno de los mayores aciertos del disco, que ya es el decimo tercero, si no me equivoco.
Equilibrado pero al mismo tiempo intenso, y con producción con capazas de distorsión para el cultivo de cualquier tímpano descarriado y perdido, encontramos el él una evolución en el proceso de creación de las canciones y también en el orden elegido para cada de una de ellas. En definitiva, es el summum de esa búsqueda constante de certezas que nunca serán comprendidas en su totalidad.
Por otro lado, la forma coral de las melodías, asentads en esa acalma marca de la casa, sigue siendo seña identitaria de Low, a pesar de que busquen revestirlas, con más ahínco que nunca, de un rugoso magma de ruidos engendrados mediante distorsiones con estructuras repetitivas, o con ingredientes tan intensos como acoples lujosos que añaden suntuosidad a la idea aparentemente básica de los de Duluth.
Los cambios bruscos entre la calma aparente y la oscura densidad dan más corporeidad y sinergia a un disco que en ningún momento peca de pesadez. Esto no significa que sea un trabajo fácil de escuchar (tampoco es difícil) si partimos de la media de producciones del universo pop-rock alternativo que nos presenta esta época que vivimos donde el reciclaje, la mutación, en incluso la fagocitación de estilos, son santo y seña de nuestro tiempo presente.
Está claro que bandas como Low son valientes, pero no innovadoras. Se adentran por caminos y derroteros ya pisoteados hasta la saciedad por proyectos experimentales de otros estilos casi siempre más arriesgados, pero se agradece, y mucho, que estas apuestas desde el rock basen su trabajo expresivo-sónico en el ruido.
Los primeros que me vienen a la cabeza son Sun O))), dúo formado por Stephen O´Malley y Greg Anderson (pero sin esa espiritualidad), o incluso el proyecto (amado por Kurt Cobain) Earth cuyos sonidos más primitivos influyeron a multitud de bandas de rock más inquietas. Eso sí, Sun 0))) entran al templo para bajar a los infiernos, mientras que Low lo hace para adorar a Dios. Trabajos de músicos como Tim Hecker, Lawrence English, Aidan Baker, y toda la retahíla estética basada en el ambient y el drone más áspero (tanto en el mundo rock como en el electrónico), han hecho mella en estos creadores de oraciones populares.
Si a través de la escucha de Low, los amantes de la música rock más alternativa llegan a otros universos sonoros, bienvenidos al lado "oscuro" de la música porque dejarán de ser infieles provenientes de la Sodoma que renegó en distintas ocasiones de todo lo que sonara a electrónico y conformara estructuras atonales ruidistas. ¿Los más fundamentalistas llegan tarde? Tal vez, pero al menos, entran en el salón de los caídos para adorar, sin saberlo, todo lo que antes criticaron.
"Hey What" es una buena entrada al mundo de lo bello a través de la falsa fealdad. Sin importar que el pop gestionado por las grandes multinacionales, y ahora plataformas de música en streaming, fagocitan todo lo nuevo para convertirlo, en ocasiones, en algo rancio. Esperemos que con Low no suceda. Mientras tanto, escuchen este nuevo trabajo (espero que no el último) que como mínimo no defraudará a los que buscan experiencias más allá de la diversión y el hedonismo mal entendido.
Nota: 8/10