27.6.25

Sirat: bombos peligrosos y otro tipo de insurgencia.


Tras visionar Sirat en una sala de cine, me propuse investigar un poco sobre la película de Laxe mediante algunas de las entrevistas que ha concedido a los medios de comunicación. Quería poner en contexto alguna de las reflexiones que extraigo de esta gran película ganadora de un premio en el Festival de Cannes. Para mi sorpresa, pude comprobar que el director no solo estaba bien asesorado al respecto del mundo de las raves con los típicos estudios cual escritor de novela histórica, sino que dado el calado en su análisis y aporte sobre esta subcultura electrónica, entendí (apenas conozco de él lo que deduzco de sus películas, sin entrar en su vida personal) que él forma parte (a su manera) de esta comunidad a-sistema que reproduce estados mentales (mediante química y volumen sonoro) similares a lo que los druidas del pasado pretendían en sus sociedades antiguas.  

Sirat está siendo aclamada allí donde se presenta, en cada una de las salas de nuestro país, con una excelente recaudación para ser cine no comercial. Con el Premio del jurado en Cannes bajo el brazo como carta de presentación la película de Laxe se ha convertido en todo un fenómeno capaz de llenar salas de cine, con la dificultad que conlleva por el mero hecho de ser una película española. 

Unir cine de autor con cultura rave era una apuesta muy atractiva, y dado el planteamiento y situación en la que se encuentran los actores con sus vivencias, todo parecía apuntar a la típica película endogámica para super cinéfilos y tribus culturetas elitistas. Pero la historia y las reflexiones que plantea Sirat, más allá de si se está de acuerdo con ellas o con la forma en que se plantean, son en realidad universales, y trascienden más allá de lo que practican, especulan y desarrollan una ínfima minoría de la población que como nómadas del pasado practican una huida a su pasado personal, sus infiernos interiores, o su opresión por un capitalismo dominante que recorre todo hasta provocar asfixia física y mental.


Me decidí a escribir unas líneas tras escuchar en boca del director el nombre de 
Spiral Tribe, uno de los proyectos filosóficos y de vida más contundentes del mundo que rodea la música techno desde finales de los años 80 con el inicio del segundo verano del amor (acid house) y las posteriores fiestas ilegales (raves) en el Reino Unido que fueron perseguidas legalmente con persecución parlamentaria por los tories (Thatcher y más tarde John Major). Era la archiconocida Criminal Justice Bill de los inicios de la década de los noventa del pasado siglo. Tras la proliferación cada vez más masiva de fiestas rave, se legisló contra ellas recortando libertad de movimiento en ciertos aspectos y lugares públicos para impedir el crecimiento de esta cultura que plantaba cara, a su manera, a las políticas ultra capitalistas del gobierno conservador. Se llamó Public Order and Criminal Justice Act, lo que provocó una serie de protestas multitudinarias en todo el país. Los llamados travellers o crusties (de forma despectiva) se rebelaron contra esa ley que consideraban criminal. Aún recuerdo grabar en cinta VHS videos en la MTV del grupo británico The Drum Club, mis travellers favoritos, o del grupo de rock, electrónica y rap Senser, que llegaron a actuar en directo en tierras españolas (Espárrago Rock). 

Numerosas asociaciones, grupos organizados, grupos de música (Dreadzone, Spiral Tribe, The Drum Club, D*Note, etc) se manifestaron, pero no pudieron detener la ley que comenzó a aplicarse en todo el territorio. Hay constancia en videos musicales que muestran aquellas protestas, como el de Dreadzone y su canción Fight the power, parafraseando la mítica canción del grupo de rap estadounidense Public Enemy

Volviendo a la referencia capital de Spiral Tribe, hay que recordar que armaron un sello discográfico, Network 23, y que uno de los miembros de su Asociación se llamaba Jeff 23. De ahí que el número 23 tuviera un significado más allá que el numérico. Se convirtió en un elemento definitorio de la cultura techno alternativa al universo hedonista de los clubes de las islas, y del resto del mundo. Un guiño a esta cultura hubiera sido renombrar la película como Sirat 23


De los estertores de todo aquello, sobrevivieron grupúsculos que mantuvieron la llama, el espíritu de aquel movimiento neo hippie, ciberdélico, y a sistema (no se enfrentan directamente) que de forma dispersa seguían celebrando en distintos lugares de Europa, África y Asia (Goa es un referente para los niños de papá que desean vivir experiencias sensoriales bajo el consumo de drogas psicodélicas y alto volumen de música trance). En España se mantuvo, tras el bajón de la fiebre hard techno en la zona de Valencia y posteriormente Cataluña, esta cultura en algunas zonas del país, organizando fiestas que atraían a distintos grupos de otros países (Francia principalmente) y que se celebraban en lugares apartados y poco poblados de nuestra geografía. También en lugares más remotos como los que refleja el director de este film: Marruecos y zona del Sáhara Occidental con la frontera con Mauritania. 

Es importante destacar (y así refleja Laxe a estos personajes) la importancia que reciben los protagonistas, donde examina el verdadero significado de esta subcultura que va más allá de lo meramente juvenil y hedonista. Y que muta en la forma que vemos por esa ley reaccionaria y restrictiva que se aplicó en el Reino Unido allá por 1994. 

Aparte del punto de inflexión a mitad de la película, que obviamente abre "otro melón" filosófico, lo que me gustaría destacar, además de la soberbia banda sonora que nos sitúa más allá de lo meramente estético y la fotografía (un protagonista más integrado a la perfección) esplendorosa, es ese culto tan bien explicado en el inicio del film, el del neo totemismo posmoderno que ahora se muestra con esos monolitos sónicos llamados altavoces, cajas, subwoofers, etc, que se enfrentan a una sociedad globalizada que consume a una parte de la sociedad. Esto se ha agudizado tras la pandemia del Covid-19, adoptando una forma espiritual donde la fe se mueve en forma de ondas sonoras a grandísimo volumen. La introspección, ese castillo interior al aire libre, se genera mediante bombos intensos y rítmica repetitiva y minimalista que te eleva a ese otro éxtasis llamado trance (musical). 



La película llama en todo momento a una esencial frase convertida casi en dogma por los travellers, que en pleno inicio de una supuesta III Guerra Mundial cobra todo su sentido: Free music for free people. Un lema que significa anticultura por ser un rechazo a las normas y valores capitalistas impuestos por la sociedad dominante.

Laxe muestra a la perfección esta idea, además de otras como la autogestión e independencia como formas de vida, ya que se puede comprobar desde las primeras secuencias que esas raves están organizadas de forma colectiva y autónoma, en contraposición (en la práctica, no solo en la teoría) al capitalismo. Con una lógico rechazo al beneficio inmediato y a la acumulación de riqueza mediante la explotación del hombre por el hombre. El niño que busca a su hermana es el primero que lo entiende, no el padre, que está más "intoxicado" de la ideología dominante, tiene el deseo de compartir lo que tiene porque ve otra practica social en los travellers. 

Por no hablar de esa potente idea sintetizada en tres palabras; Do It Yourself (DIY), que genera su propia cultura, readaptando todo lo que encuentran (esa secuencia en el castillo interior de cuatro ruedas donde se reparan esos inmensos tuits de altavoces. O de esa cultura viajera que salta de zonas autónomas a otras, de forma temporal, como cuando emigran las aves o los mamíferos buscando otras temperaturas, agua, comida. Y que buscan una especie de autogestión proto estatal, o anti estatal de trueque y cooperación social. 


Mi ideal de esta subcultura que usa la música electrónica techno (no siempre esa música)va más allá de una asociación ácrata sin mandos ni organización, sin objetivo alguno o misión que la de compartir sus gustos musicales y ver la vida pasar sin plantear una alternativa real al sistema dominante. Es cierto que en la película se refleja algo de este espíritu de huida constante de gente que no encaja o no quiere pertenecer al engranaje de una máquina mortal y sanguinaria en muchos sentidos. Lo interesante de todo esto es que estos
soundsystem DIY itinerantes son espacios isla donde no existen las jerarquías y donde se prioriza básicamente la comunión (no en un sentido estricto religioso) a través del baile, de la danza. 

La definición de Laxe "las raves son una comunión de cicatrices..." me parece muy certera. En la película vemos la estética de los personajes inmersos en una catarsis colectiva mediante el trance, a través del ritmo repetitivo, hipnótico, con tatuajes (las nuevas cicatrices) e incluso mutilaciones o problemas congénitos en sus extremidades que no son barrera para la búsqueda del éxtasis por la electrónica. Porque lo importante siempre es sentir el ritmo y despojarse de las miserias de la vida monótona, inflexible, y mortal (en vida). Bailar es la única salida para ellos/as, bailar hasta el fin, sin descanso hasta el amanecer. 

Por tanto, la catarsis es colectiva. Rave, danza, éxtasis, liturgia química y finalmente liberación (aparente) de una realidad paralela opresiva. Y el carácter liberador de las fiestas ilegales es total. 

Al día siguiente de ir al cine volví a releer el libro Derecho a la fiesta, de Harry Harrison, uno de los colectivos rave más importantes, y que tiene como hilo conductor con Sirat esa idea central de libertad, comunidad, transgresión, y "espiritualidad". De búsqueda, a través de la fiesta de una acción político-existencial que de poder a la gente para evitar la homogeneización y el control social. 



De ahí que en toda la película se sucedan secuencias e imágenes poderosas representando conceptos como:

  • Colectividad ritualla música repetitiva actúa como liturgia, un credo sin palabras, que une a los cuerpos bajo valores similares, que no identitarios.
  • Éxtasis político: la pista se convierte en territorio liberado, un “derecho a la fiesta” legítimo en medio de un mundo hostil.
  • Fuga y contracultura: a través de una comunidad raver que viaja (película clásica de carretera)para desmarcarse del sistema económico y social que les oprime y esclaviza de alguna manera. 
  • Rito iniciático: ya que tanto en la película como en el libro de Harrison, la travesía, con su desolación incluida, el riesgo del viaje (interior también) y la clandestinidad (son perseguidos por el ejército cuando irrumpe en la fiesta), simbolizan plenamente el paso a una nueva especie de conciencia, un camino hacia otro estado del ser. Y que es ahí donde la vulnerabilidad del film se acentúa con las criticas recibidas por un sector de la crítica especializada que diluye algunos aspectos sobresalientes de esta obra por obsesionarse en un segundo plano por la espiritualidad, por un análisis metafísico del mundo. 
  • Tensión y dicotomía entre libertad-control: el Estado (y sus fuerzas represivas) interviene para reprimir la fiesta. Algo que contrasta con la defensa del derecho a la libertad de expresión mediante un ritual dancístico llamado rave. Es finalmente un acto de resistencia política, y se refleja a la perfección desde el minuto uno en Sirat
  • Transformación y cicatrices: son físicas y emocionales, y que se muestran en los momentos más intimistas del fin. Esos ravers, que siempre son presentados en los medios de comunicación como una masa cuasi inhumana y antisocial, llevan en su mochila simbólica cicatrices de la vida capitalista, físicas y emocionales. Y su única cura es la fiesta DIY, su medicina, su salvación que alivia su constante vulnerabilidad. Porque ¿acaso es un crimen bailar y consumir música? ¿No es más bien un proceso de sanación colectiva más allá de un mero escapismo?
  • Ritos del pasado: tanto la travesía física por el desierto, como las marcas que quedan, participan de una especie de ritual de purificación y renacimiento. Incluso si se producen situaciones límite e intensas. 


De entre mis momentos favoritos de Sirat quiero destacar alguna escenas: el apilamiento de altavoces y trance inicial con la llegada del padre y el hijo integrándose en la caravana o más bien comunidad insurgente. Las cicatrices emocionales de los protagonistas y su catarsis colectiva, 
el abandono y la sanación interior. 



Las cicatrices emocionales de los protagonistas y su catarsis.
La escena del ejército disolviendo la fiesta como reflejo explícito
de control social y represión del espacio libre, algo importantísimo
para la comunidad raver. Y la fiesta como forma de resistencia y
sanación.

En resumen, Sirat, funciona espléndidamente porque muestra de forma
magistral que la cultura rave, el trance colectivo, y la travesía
espiritual frente al Estado represor, son manifestaciones de un mismo
impulso: recuperar la libertad, la comunión (o colectivismo), y un
modo de vida alternativo.
La tensión entre libertad y control: el Estado 
(y sus fuerzas) intervienen para reprimir la fiesta, 
esto contrasta con la defensa del “derecho a la fiesta” 
como resistencia política. Y así, la fiesta es el último 
reducto, hasta sus últimas consecuencias. Porque en medio 
del caos, del desastre humano, la celebración adquiere una 
potencia máxima simbólica e inigualable.



Las raves son una comunión de cicatrices… de la cultura 

rave me interesa ese elogio de la fealdad y de la cicatriz… 

asumir que estamos todos rotos… y buscar curarte… en una 

ceremonia en la que bailas, sudas, vomitas y ves tus fantasmas… 

pero, al final… una ceremonia sanadora.”