13.6.24

Furiosa: óxido, arena y ruido.



La película Furiosa es la continuación pluscuamperfecta y operística de la saga Mad Max. Presentada como la precuela de la revisión que el propio director realizó en 2015, esta nueva entrega tiene como ingredientes altas dosis de chapa, óxido, arena, ruido bello y venganza, adereza de una luz siniestra que se enfrenta a un caos dominado por sobrevivientes sanguinarios que tiempo atrás desterraron todo recuerdo humanístico. 

Los 148 minutos discurren como un kilómetro en autopista casi sin pestañear. Dividida en varios movimientos, George Miller, ya en su ocaso vital, nos regala un portento visual y de alto nivel en el montaje. Sin impactar tanto como la predecesora, y desarrollando el uso de ciertos efectos visuales digitales (bien gestionados), Miller estructura la historia al dedillo, sin opción a errores, estableciendo la justificación de la realización de una precuela, que es un recurso lamentablemente demasiado usado por los estudios de cine para ordeñar aún más beneficios. 

Pero en esta nueva entrega todo encaja a la perfección, excepto la presentación de un paraíso verde minúsculo en medio de un mar de arena gigantesco. Algo que resulta bastante inverosímil. La música de Junkie XL (Tom Holkenborg) no está a la altura de la anterior película, pero no importa, el verdadero protagonista es la sinfonía de ruidos de motor que haría resucitar a los pioneros del futurismo como Luigi Russolo. Esos rugidos maquinales son celestiales, y suenan como metáfora de la libertad raquítica que esos despojos humanos engrasan con sus vehículos: que son la única opción que tienen para circular en ese desierto teñido de violencia. 

La descripción del entramado económico y sanguinario de ese territorio apocalíptico explica su origen y desarrollo, en un equilibrio falso que rompe en mil pedazos un caudillo psicópata con ansias de proclamarse emperador que parece salido de una carrera de cuadrigas con cilindros. Me refiero al personaje Dementus. La lucha de clases entre la élite villana se agudiza a lo largo de la película, en paralelo al deseo de la niña protagonista de volver a su perdido paraíso familiar, pero antes debe que desencadenar su venganza contra los que destruyeron su infancia. 



La violencia es radical pero no gratuita, y se debe básicamente al conflicto generado por el control del entramado económico organizado y de poder, que se traduce en el dominio del transporte y del comercio  (trueque) mediante vehículos con potentes motores. 

Esos motores que rugen a lo largo de toda la película son coprotagonistas, dominando plenamente todo el espectro sonoro. Habría que volver a leer El arte de los ruidos de Luigi Russolo, o el Manifiesto Futurista de Marinetti, para comprender el alcance del esos sonidos como metáfora de poder y de cambio sociocultural. Como los futuristas, Miller exalta a las máquinas, la lucha por el poder a través de la agresividad, la guerra, la fuerza, la velocidad, el caudillismo, y por último la destrucción. 

Algunas de las secuencias de persecución mantienen un tono intencionadamente brusco, en contraposición con la quietud eterna del desierto, que sigue y seguirá durante siglos. Tal vez desde esa perspectiva podamos encontrar otra dualidad en la propuesta fílmica del director. Que en realidad es lucha del silencio del desierto contra el ruido de los despojos de la civilización desaparecida décadas antes. 

"…íbamos aplastando contra el umbral de las casas a los perros guardianes, que quedaban estrujados bajo nuestros neumáticos quemantes como cortafuegos." (Marinetti)



La dicotomía principal en el plano sonoro se concentra en el silencio del desierto, degradado por tormentas y demás acciones climatológicas, y también en la bestialidad inhumana mediante ruidos generados por los motores de esos vehículos-herramienta.  Furiosa usará esa bestialidad que la ha hecho sobrevivir contra sus enemigos. La experiencia desgarradora de su secuestro, supondrá una fractura vital que marcará su carácter para siempre. Del idílico paisaje casi de ciencia ficción tras la hecatombe, a la frialdad humana del desierto, la protagonista vivirá una inmersión total para contraatacar en el momento oportuno. Pasarán años, y mientras tanto se readaptará al servicio de la élite sanguinaria. Era eso o la muerte en el submundo lumpen reflejado en esas "madrigueras" de la parte inferior donde la mendicidad radical al borde del canibalismo, existe (que no sobrevive) como puede.

Miller deja poco espacio para el ámbito íntimo. No se recrea lo más mínimo en desarrollar el crecimiento psicológico de los personajes, plantados desde el minuto uno en la violencia extrema. Lo más cercano a ese precepto son los silencios, las nulas palabras (presididas por su mirada) de Furiosa. Sin ambivalencia, la precuela ahonda en el sufrimiento de ella por la separación trágica de su familia, mostrando la afición por la venganza como forma extrema de justicia. Furiosa no tiene otra opción si quiere volver a sus orígenes. Y su reinvención en Furiosa (no destripo más) es la clave para mantenerse viva durante años. 

La deriva (en el buen sentido de la palabra) que irán tomando los acontecimientos hasta el desenlace que se emparenta con la película del 2015, no va engaña a nadie. Ya que los espectadores viajan también en esa road movie infernal sin esperanza de un regreso a la etapa anterior. Eso tal vez sea lo más desolador, la concienciación de que no hay camino de retorno al pasado. El mundo, tal y como conocemos, fracasó. La desolación es el clima imperecedero de ese desierto asfixiante que se refleja magistralmente en la fotografía. 

Los colores dorados y cálidos son en realidad el frío del alma. Y la pulsión de vida es radiografiada en los ruidos bellos de los motores de motos, coches y camiones de esa nueva sociedad incapaz de generar más allá de la muerte y la tortura. Bueno, sí saben fabricar mediante el reciclaje, caballos metálicos de gran cilindrada.


Nota: 4/5

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