Acerca del uso del ruido en la música popular es el título que he elegido para esta especie de reflexión, algo diferente a lo que podríamos señalar como un pequeño artículo. He buscado el tiempo que no tengo porque la temática me obsesiona desde hace varios lustros. Y porque la apuesta de largo del autor (tras décadas escribiendo sobre música y cultura) bien lo merece. Bien, se trata sobre la reciente publicación en Alpha Decay de Un cortocircuito formidable: de los Kinks a Merzbow: un continuum del ruido, libro del crítico y divulgador cultural (i altres coses més) Oriol Rosell.
Este acercamiento a la historia del uso del ruido en la música popular y la experimental, consta de 235 páginas (si no me equivoco) y debería cortocircuitar los prejuicios de la gente acerca de los ruidos (siempre con connotaciones negativas y opuestas a la música). Incluso a los que detestan profundamente cualquier tipo de ruido. Desconozco si esa era la idea original, pero desde el inicio, incluido el más que correcto (por definitorio y sintético) prólogo de Javier Blánquez, hasta el último capítulo, se nos avisa de que esta publicación no es un trabajo exhaustivo sobre el tema en cuestión. Algo que agradecerán los que llegan a él desde el desconocimiento pleno de ciertos estilos y corrientes musicales, que por otra parte, están alejados del público (incluido el más joven).
Mi percepción es que aún así, sí que explica de manera sencilla y clara (para las masas) cuales son las bases del marco teórico y práctico que incitaron a que en el pasado siglo (en sus inicios) el uso de sonidos atonales, estridentes y nunca antes considerados música, sirviera a ciertos proyectos musicales (académicos, populares y experimentales del submundo underground) como una vía correcta de expresión, aunque solo fuera a un nivel meramente estético. Y lo complicado del asunto es que esa aparente claridad arroja luz, más que dudas, en este proceso gnoseológico con forma de pequeño libro. Y eso es todo un logro.
Desde un punto de vista que podríamos considerar de acracia lúcida, los derroteros que sigue Rosell en el libro son los de mostrar ciertos aspectos nodulares, y diría también que azarosos, de lo que a la postre sería el fenómeno y referente contracultural más destacado del siglo XX, el ruido como elemento creativo, de comunicación, y de arma arrojadiza en el arte. Lo más destacado para él, y no desde un punto de vista únicamente estético, desde el subjetivismo (obviamente) con fundamento, es que repasa momentos que cambiaron la historia de la música reciente, con discos y nombres de referencia, en un sentido amplio, que gustará seguramente a los neófitos y amantes del pop y el rock más minoritario.
Lo que resulta paradójico es que un libro (necesario y ameno) como este, se publique en un tiempo que en mi opinión podría considerarse como el de la resaca del noise. Ya que su época de esplendor, al menos a nivel popular y contracultural, al margen de lo académico y aparentemente serio, abarcaba la última parte de los años 70 del pasado siglo hasta la mitad de los años 90, cuando ya los sonidos más ruidosos (por ejemplo en el ámbito del rock) estaban tan familiarizados que en los bares la juventud sónica escuchaba a grupos de rock marcadamente ruidosos sin que nadie se "tirara de los pelos". Algo que ahora sería impensable en la cada vez más aséptica música pinchada en los "locales de marcha". En cierto modo, y permítanme la expresión, "vamos como los cangrejos".
Es más, en El ruidismo como realidad sonora: la rebelión contra el arte burgués, publicado en la revista digital Sul Ponticello el 7 de mayo de 2015, un artículo que escribí y donde di rienda suelta a mi pensamiento en ese momento sobre el ruido, su uso como herramienta para el arte (ruidismo), y las consecuencias directas e indirectas que tiene según su uso (más allá de lo estrictamente musical), recibí ciertos comentarios de músicos de los 80 que participaron de ello de manera protagónica, y de manera crítica, alegando que eso del ruidismo como concepto de arte en la música y de expresión social y generacional ya estaba más que superado. Y que debería ser condenado al rigor mortis. Esa subjetividad repleta de prejuicios (por motivos que desconozco) no era para nada creíble. Pero no porque no tuvieran parte de razón, que la tenían, sino porque hasta la última coma olía a derrotismo.
En el primer párrafo de ese artículo escribí lo siguiente: "La finalidad del ruidismo como movimiento estético y "musical" consiste en la oposición a los atractivos de las formas sonoras ya hechas de antemano, las consideradas como tradicionales. Pero deberíamos preguntarnos si en la actualidad el ruidismo como género contundente y visceral por antonomasia es aún el gran movimiento de reacción capaz aún de cambiar la música".
Casi una década después, no cambio ni una coma. Y lo mejor, nueve años después se publica este imprescindible y atractivo libro, que ni es libelo (lo que dirían sus críticos), ni una enciclopedia (ni falta que hace), ni un testamento de algo caduco y muerto. Todo lo contrario, es una guía (ciertamente incompleta y puede que imperfecta en algunos aspectos) con una visión alternativa, muy global, y nada sectaria (todo un acierto), que ayudará (yo diría que iluminará) a algunos a quitarse el pasmo que la élite cultural dominante ha instalado en sus cerebros desde bien niños. En realidad, este libro está publicado "a contrapelo" contra ciertas modas actuales que con sus latigazos etéreos y de sobredosis de acoples y reverbs de bubblegum, nos empalagan hasta la saciedad. Lo acertado de la óptica elegida por Rosell es precisamente esa, la de no arrinconar aún más un estilo (o varios, porque son muchos) o más bien una manera de usar el ruido, que ya de por sí, está encarcelado en las mazmorras de lo minoritario.
Así pues, mis sinceras felicitaciones al autor por escribir y condensar todo su pensamiento de años al respecto del todopoderoso ruido infiltrado en las músicas populares. Y también a Alpha Decay por sacarlo a la luz y no permitir que estuviera en un cajón guardado o en el mejor de los casos, escrito para una minoría en algún fanzine (imagino) de corto recorrido en la distribución.
El libro es muy ilustrativo de lo que fue esa corriente (muy diversificada y en ocasiones antagónica), y desbroza la tradición noise desde sus orígenes futuristas (acertadamente propone como piedra angular a Luigi Russolo) hasta el uso de la música popular de las estridencias atonales, la música industrial, el llamado japanoise y la electrónica más ruda y anti melódica. La conexión está ahí, Oriol Rosell la muestra en sus seis capítulos (incluido el epílogo), y es todo un acierto frente a las visiones sesgadas y estanco que ciertos gurús de la crítica musical (principalmente de la electrónica) han ofrecido habitualmente desde hace años. Pero la realidad es tozuda. Más aún, la verdad es revolucionaria. Y este libro tiene mucho de verdad.
El nexo aparentemente inexistente entre El arte de los ruidos de Luigi Russolo, Pierre Schaeffer, The Kinks, MC5, el Lou Reed de Metal Machine Music, Throbbing Gristle, Monte Cazzaza, Emil Beaulieau, Hijokaidan, Boredoms, Masonna, Hanatarashi, Toshiji Mikawa y Earth, es irrefutable. Un cortocircuito formidable defiende esa tesis, que en mi opinión es acertadísima.
Pero no me sorprende, ya que desde hace años conozco la posición de Rosell acerca de estos temas, y también de que estaba "rumiando" la idea de publicar un libro introductorio y total sobre las distintas propuestas sonoras y acercamientos al ruido como elemento primario para la expresión.
De cualquier modo, este acercamiento transversal y anti sectario es arma contra las mentalidades obtusas y cuadriculadas, donde la historia del ruido en la música (que no la historia musical del ruido) explica mejor que algunos historiadores revisionistas y positivistas, el pensamiento y el devenir sociocultural de los últimos cien años, a través de unas músicas (perdón he dicho música) que de forma oculta y soterrada nos han acompañado (cuando rompían el silencio impuesto de la dictadura capitalista) sin que nos diéramos cuenta. Este libro, que os recomiendo encarecidamente, es muy didáctico, nada neutral (afortunadamente), algo denso por la cantidad de información y de nombres desconocidos para el gran público, pero muy ameno.
Con un estilo certero que aparca saturaciones hipster impostadas y traídas de la tierra de las barras y estrellas, el libro ayuda al común de los mortales a desentrañar los tipos de propuestas diferentes que algunos grupos y artistas han desarrollado en sus contexto histórico y cultural.
En los años 60 del siglo pasado The Kinks (interesante inclusión del grupo británico en este libro sobre ruido que alertará a los adictos radicales del japanoise), los escoceses The Jesus & Mary Chain, (icónica banda del indie rock), o Masami Akita con su heterónimo Merzbow (todopoderoso dios del ruido para el público más generalista).
¡Importante!
Esto significa que no es un libro sobre japanoise, y demás subgéneros radicales del noise más crudo. Gustará tanto a los más eclécticos y anti talibanes amantes del rock menos anquilosado, como a los completistas de discos de William Bennett y sus compañeros cabrones de viaje ultra noise rock. Porque en definitiva, quien piense que en un libro no puede compartir páginas Kevin Shield, Throbbing Gristle o Whitehouse, es que no tiene ni idea, independientemente de lo que se piense de las producciones musicales de los artistas citados.
Repito, no es un libro de ruidismo (ese concepto-definición de los años noventa que tanto amo), sino del uso del ruido como elemento creativo tanto en la música popular (contracultural o no) como en la académica (vanguardista o no).
Es cierto que no soy crítico cultural, ni articulista, ni prescriptor, ni columnista, ni entrevistador. Aunque he ejercido en algunos momentos de mi vida de todo ello, pero quiero que sepan que para quien les escribe, el ruido es un ineludible sismógrafo de la época imperialista industrial y postindustrial, que oscila desde el último tercio del siglo XIX hasta la actualidad.
La cuestión es que ese recorrido de la música y el ruido, que incluso genera la propia sociedad interactuando en la naturaleza, y de ¡la propia naturaleza! (más ruidosa aún que el mundo urbano que generamos la humanidad), ha sido apartada durante décadas, incluso censurada como algo aberrante y degenerada.
Por mi parte, el noise, ruidismo, o como queráis denominarlo, más allá del uso fagocitado del pop y del rock de la industria musical, es más necesario que nunca. Y aunque ha sido usado a nivel estético por gentuza fascista (que levante la mano el género musical que esté libre de grupos y música nazi), o por gobiernos autoritarios y dictatoriales (ráfagas de ruido contra manifestantes en la calle o presos encarcelados), el ruido es más que liberador, es simplemente un elemento natural más de nuestro mundo. Por cierto, sobre la cuestión del ruido como elemento represivo contra las masas revolucionarias, mi amigo Kamen Nedev podría realizar un master al respecto. No tengo duda de ello. Sin contenido político de lucha contra el poder, las propuestas noise aparentemente más viscerales, son inanes, inofensivas, y hasta cierto punto ridículas (en el mejor de los casos).
Como hijo de obreros y como obrero ocasional durante algunos años de mi vida, lo que para cierto tipo de gente es algo estridente, molesto (por atonal, anti armónico y arrítmico) para mí, el ruido (la mayoría de ellos) es la banda sonora de una clase social (la mía) que no se perturba con los decibelios "gruesos". Encuentro en ellos más musicalidad (perdón por describirlo así) que en ciertas partituras de compositores clásicos y populares. Algo muy Russoliano, por otra parte. Partiendo de lo que la gente considera ruido (algo molesto e insoportable a nuestros oídos), un pasodoble militar es para quien les escribe mucho más insoportable que los sonidos de una depuradora a pleno rendimiento, o una línea de producción de botellas de cristal para zumo (donde estuve trabajando durante un buen tiempo).
Lo que conocemos como noise es la antítesis de la tradición, y lleva años dando muestras de que es algo más que una dicotomía entre formalismo y antiformalismo, algo de lo que tal vez no se parte en el desarrollo de los capítulos, no le interese o tampoco sea operativo (a nivel ideológico) para el autor.
Tal vez es que al deglutir el libro en un par de días, no he percibido "ese más allá" que esa dicotomía. Pero lo que queda muy claro es la intención de Rosell de mostrar este universo cuasi paralelo, como una manifestación cultural con un concepto del universo sonoro incompatible con la oficialidad y el orden inoculado en cada uno de nosotras y nosotros.
La cuestión es si todo esto ya ha quedado caduco, puesto que el sistema económico capitalista, con su orden cultural y su ideología dominante, se ha apropiado (destruyendo toda la parte subversiva y abrasiva) de todo lo que representaba el noise como antítesis al poder establecido. No hay más que escuchar los ruidos domesticados de ciertas producciones comerciales de pop y R´N´B. Es ahí donde la "esencia" del ruido desaparece por el alcantarillado porque se empasta con la melodía.
Si es melodía, no es noise. Digo esto como frase lapidaria, para sintetizar de forma radical mi filosofía sobre estas cuestiones, y para dejarlo claro. Por eso, los oyentes, mayoritariamente pueden aceptar ruidos en las producciones de música pop (no en el sentido de popular), pero nunca escuchar más de un minuto la saturación ruidosa e irritante atonal y anti armónica de un sonido que se eterniza durante minutos, o incluso horas. A no ser, por cierto, que se acompañen de imágenes en una proyección, o una película. Pero eso es harina de otro costal y que merecería otro artículo. Os pregunto: ¿Dónde están los sonidos ásperos, marcadamente sucios y molestos en esas producciones aparentemente super avanzadas? Enterrados, la industria musical no los permite. Que os quede claro.
El conflicto estético, más que simpleza formal, lamentablemente no nos llevó a situarnos en ese motor de la historia llamado lucha de clases, en un sentido creativo y de organización, que nos debía llevar a un cambio transformador, que imagino es a lo que la gente decente aspira toda su vida. Al final, y aunque me cuesta escribirlo años después, el objetivo y resultado de una parte (no todos) de este tipo de propuestas (por muy radicales que sean) ha consistido en desorganización y destrucción derrotista, con una única finalidad que se sustentaba finalmente (y a niveles prácticos) en una oposición sin transformación, en un individualismo sin más poder que el de representar la angustia dentro de un sistema económico feroz y asesino.
Mayoritariamente los músicos que hemos usado el ruido como herramienta compositiva y de expresión, hemos caído en algunas ocasiones en esa corriente mayoritaria. Es normal, en el mundo de la contracultura musical, también existen ideologías "dominantes" subterráneas que se manifiestan paralelamente a la mayoritaria y auténticamente dominante.
Y el resultado es lo que tenemos, el noise como tradición (quien lo iba a decir) y elemento de estudio, y la fagocitación de sus premisas estéticas por los que siempre fueron, son, y serán nuestros enemigos (de clase).
Partiendo de las palabras finales de Rosell en el libro, pero con otra idea similar, definitivamente considero que hay que seguir luchando aunque se fracase, porque al final llegará la victoria. Porque el ruido sí podrá vencer, saltando por encima de sus mil fracasos. De eso estoy seguro. Al menos, con este libro ya tenemos una batalla ganada. Ahora toca ganar la guerra.
Vivan los ruidos. ¡Larga vida al noise!