9.9.25

Despedida i.r.real por el ruido interrumpido de Javier Piñango.


Hoy martes 9 de septiembre ha sido duro. De pena y de lloros tras recibir la llamada de Almudena, pareja de otro gran músico que falleció (Juan Antonio Nieto). Pues sí, al final ha ocurrido lo que no queríamos que pasara. Javier Piñango, se nos ha ido tras una grave enfermedad. Era un amigo, cómplice y padre putativo en lo musical, figura clave en la música experimental y electrónica de nuestro país, pero también alguien con quien compartir una mesa, un café, un cigarrillo y un buen copazo de whisky Cardú mientras sonaba de fondo esa música que tanto nos unía.

Javier fue muchas cosas: músico experimental, explorador incansable del ruido, de la electricidad, de la vibración, de la fisicidad del sonido (en eso era un gran maestro a la altura de los grandes). Gestor cultural irreverente, que no se arrodilló nunca ante instituciones culturales y políticas empeñadas en castrar la escena underground musical en España. Y también director de Experimentaclub, uno de los festivales más importantes de música electrónica y experimental en Europa, que marcó un antes y un después en nuestra manera de entender la creación contemporánea del siglo actual.

Pero detrás de la figura pública había un hombre cercano, directo, irónico. Le gustaba Facebook —su red favorita— porque allí podía desplegar su pensamiento sin filtros, compartir música, ironizar sobre lo que él llamaba con sarcasmo el “ambient bonito”, género que nunca fue de su devoción. Lo suyo era otra cosa: la intensidad, el riesgo, el ruido como latido vital.

En lo personal, Javier fue la primera persona que confió en mí cuando apenas llevaba tres años mostrando mi obra, después de solo dos conciertos sin salir de Murcia. Esa confianza temprana habla de su carácter, de sus buenos principios y de un altruismo radical: nunca le importaron el bagaje previo, los seguidores en redes sociales o los nombres consagrados. Lo que le interesaba era la autenticidad, la emoción y la apuesta por una escena cultural ibérica e iberoamericana que pudiera mirar de frente y sin complejos, al imperio cultural anglosajón. 

En nuestras conversaciones infinitas y en nuestros breves encuentros hubo complicidad, sabiduría compartida y risas. En 2023 lo trajimos a Murcia con la Asociación Intonarumori para el Festival FASME, y aquella experiencia quedó grabada en quienes tuvimos la fortuna de escucharle y acompañarle. Y qué decir de esas veladas interminables que se alargaban hasta el amanecer, entre humo, whisky y la convicción de que estábamos construyendo algo más grande que nosotros.

Javier fue, además, un motor inagotable de proyectos: el sello Triquinoise, la revista Noise Club, o grupos como CerdosMil Dolores Pequeños, Destroy Mercedes o Druhb. Fundó también junto a otros artistas Por Caridad Producciones, colaboró con Anki Toner en el proyecto Ankitoner Metamars, fue el 50% de  Rally!, y en los últimos años apostó por su proyecto en solitario i.r.real, una exploración radical a partir de la deconstrucción de la masa sonora generada por el sintetizador Korg MS20, su inseparable compañero. Su obra musical y editorial seguirá siendo referencia para quienes entendemos que la cultura debe ser siempre un acto de insumisión y libertad.

Su cuerpo ha colapsado, pero su figura no. Javier sabía mejor que nadie que somos únicamente materia, vibración que un día cesa. Y así se ha ido: en silencio, sin mediar palabra, practicando de forma radical un silencio afligido en los últimos momentos de su desintegración física. Estoy desolado por lo tremendamente difícil que resulta escribir sobre alguien que aprecias, un amigo, y más aún cuando faltaba una semana exacta para poder encontrarte con él en su residencia de las últimas semanas, el hospital Gregorio Marañón. 

Pero queda lo que él mismo nos enseñó: su recuerdo, sus proyectos, su música, su irreverencia y su forma de vivir el arte como un espacio de libertad. Ese legado, tan humano como sonoro, seguirá latiendo mucho más allá de la materia. La última vez que nos encontramos fue en Alicante, en el Festival Atronador, justo un día después de su participación en el Festival FASME, de la Asociación Intonarumori. Al fin pude traerle al secarral de Murcia para que los habitantes del sureste disfrutaran de despiece sónico de su viejo y querido Korg MS 20. Esta tarde, mientras escribo estas palabras escucho su último disco publicado, el fantástico Disco Talgo, publicado por el sello andaluz Gruppo Ungido. Y también todas las colaboraciones que de forma altruista realizó Javier para los diferentes proyectos colectivos de carácter político que organicé para mi sello República Ibérica Ruidista (el 15M, el genocidio en Gaza)o en colaboraciones para obras mías como el disco Instruments. No quiero olvidar también que me invitó a participar con un disco en su extinto netlabel exp_net. Casualidades de la vida, el título del album se llamaba igual que este blog: alrededor del sonido. Buceando en su música, en sus incontables proyectos, destaco cuando conocí por primera vez su música con Mil Dolores Pequeños (que hicieron crujir la escena acomodada indie de la época), sus discos de Destroy Mercedes que radiaban en el programa de Ordovás, y que tanto me gustaban,  nuestras conversaciones sobre discos que publicó en Por Caridad Producciones, como el de Fitzcarraldo (Granero responde ovejas) o el mensaje que lancé a un correo de experimentaclub y que de forma sorprendente fue leído.

Hoy me queda, tras el abatimiento por la noticia, el agradecimiento, el cariño y el respeto profundo que siempre he tenido hacia Javier. Él lo sabía. Su ausencia duele, pero su ejemplo nos seguirá iluminando. Atrás quedan las palabras, las noches, los conciertos y esa confianza que me dio cuando más la necesitaba.

Que el ambient bonito te sea leve, querido amigo. Y que tu ruido siga resonando en la muchísima gente que te apreciaba.



Uno de sus últimos conciertos. El Festival FASME 2023. Centro Párraga, Murcia.



27.8.25

Escupemetralla y la madre de todas las casetes

Pinchad en la foto y os redirigirá directamente al enlace de la web para comprar la cinta. 

Hace unos días recibí, no sin cierta impaciencia, un paquete postal de Escupemetralla, uno de los proyectos underground más originales y subversivos del panorama estatal que subsisten aún de la época dorada de los años 80, publicando con cierta asiduidad aunque ciertamente con períodos largos de letargo. 

MATERIA EXÓTICA DEL UNIVERSO 1988-1995

El contenido en cuestión es una cinta de casete especial tanto por el contenido como por el tipo de formato de escucha. Por el contenido porque recopila sus primeros trabajos, todos ellos de culto (y que en alguna página de coleccionistas piden por la cinta original un buen dineral). Posiblemente sea la colección de cuatro primeros discos más interesante, atractiva y consistente de la música experimental de nuestro país, con permiso de Esplendor Geométrico, Francisco López, Avant-Dernières Pensées, y Comando Bruno

Son "Sublimado Corrosivo" (1988), "Burros de Dios/Asses of God" (1990), "Vida y Color" (1991), y "Multimierda" (1995). Además, se incluye el single fantasma "The Third World Chikenpoxp" (1994) y contenido adjunto como textos, videos, imágenes y también bonus tracks.Y todo remasterizado por los propios Escupemetralla y publicado en su propio sello Clonaciones Petunio, en este 2025. 

Estos arquitectos del miedo, vendedores de ácido clorhídrico para bebés, y ubicados en Nova Barcelona, como así se presentan ellos mismos en su propio blog de forma tan corrosiva como habitual, han creado un trampantojo de primer nivel, pues este completísimo artefacto es en realidad un pendrive con conexión USB A en forma de cinta que incluye nada más y nada menos que lo mejor de su discografía, indispensable a mi parecer para comprender en toda su magnitud la escena auténticamente underground de Cataluña, y que vivía al margen del rock y cualquiera de las otras formas de la música popular. 

Más que recomendable para cualquiera que estudie la historia musical hecha aquí o que por simple curiosidad le lleve a los márgenes más radioactivos de la escena musical, este recopilatorio colosal digno de tesis, abarca aproximadamente siete años, desde 1988 hasta 1995. 



Comienzo con la primera de las cintas que reeditan, que aunque dicen que nunca pidieron ser recordadas, os aseguro que quienes disfrutamos y coleccionamos material (no digital) experimental, agradecemos profundamente. Os sitúo en 1988, Perico" Delgado ganó el Tour de ese año con uno de los descensos más suicidas que podemos recordar y se produjo la primera huelga general que mamó Isidoro, también conocido como Felipe González, siendo posiblemente las más potente que se recuerde tras la dictadura franquista. 

Y mientras sonaba en muchas discotecas EBM lustroso (y nos sobrevino el auge del acid house por la vía ibicenca en lo que denominaron segundo verano del amor), apareció (para sorpresa del mundo naif) una colección de temas que rebosaban creatividad futurista, detritus sónico de alto voltaje que abrasaba al más infraser de los negacionistas climáticos, y una especie de Nag, Nag, Nag cabaretera y super dadaísta, (que es lo más cercano a un single parido por Muhammad y Muhammad) que roza la adicción y que se titulaba "Cuac, cuac, cuac".

Es metralla en doce casquillos que te entra en lo más vulnerable de nuestra corteza auditiva. El álbum es un inicio de anti carrera "musical" espectacular, cuyo título certero explica muchas ideas y conceptos del disco "Sublimado corrosivo", muy en la línea de títulos magistrales de la época (e incluso de nombres de sellos discográficos). 

Se inicia con "Boato" que arranca con sampler y ritmo industrial de querencia por la pesadumbre y la repetición con incorporación de sonidos estridentes en paralelo, le siguen otras grabaciones como "Retales Marisa" que tras la inclusión de un sampleo marca de la casa con sonidos de marcha militar, se escucha (como bien dice el título) una colección de retales sónicos con sintes alucinógenos, field recordings ruidistas caseteros, y órganos de misa para el culto al trance. Cualquiera de esos extractos podría ser perfectamente una canción para maxi de 12 pulgadas. "Baronesa Russlein von Altebar" es simplemente un trallazo comatoso con un sub grave que te dilata las pupilas, al más puro estilo arty noise, o como si Chopin le diera duro al fentanilo. "Sagunto" podría haber sido incluida en alguna de las primerísimas casetes de Esplendor Geométrico y no hubiera pasado absolutamente nada. 

Es de lo más salvaje del industrial tribal parido en la jodida piel de toro. Es un auténtico tsunami que si hubiera sido usado como arma, otro resultado se hubiera producido en la lucha de clases en esa ciudad mediterránea cuando el desmantelamiento de la industria en los años anteriores a la entrada en la CEE (ahora UE). 
"20 segundos para bailar (golpea tu cabeza contra la pared)" suena cabecera de carta de ajuste para televisiones de otra galaxia. Y el resto de escupitajos sónicos del primer disco oscila entre noise para promocionar empresas de desguace, y rollo tribal que estaría en el top ten de ventas en una  sociedad post industrial apocalíptica tras vertido de hongos radioactivos. "Arroja la bomba", en la parte final del disco, podría sonar perfectamente en alguno de los discos ochenteros de Esplendor Geométrico. De la época de Mekano-Turbo. Pero con temática guerra civilista antifascista. 



"Burros de Dios/Asses Of God" suena a saeta de Throbbing Gristle y Cabaret Voltaire en plena ola de calor. A pesar de la digitalización-remasterización, nuestros tímpanos intuyen la sequedad de los ruidos cortantes industriales de este segundo trabajo que inaugura una nueva década, la de los 90. Con una de las más críticas y mejores portadas que he visto en mi vida (retrato de Escrivá de Balaguer) esta opus subversiva suena más homogénea que su predecesor con sonidos y con ritmos más pulidos, pero sin perder creatividad, radicalidad y visceralidad. 

La crítica y la ironía de sus títulos no desaparecen , n absoluto. Es un disco delicioso en todos los sentidos, de principio a fin, con bastante equilibrio entre los cortes más rítmicos y tribales que incitan constantemente al baile de carácter animista, a los experimentos típicos de sus coetáneos. Esto es pura misa negra. Un descenso a los infiernos para combatir la cultura sectaria y ultra-religiosa a modo de loops, sintes sin exorcizar, y samplers anti conservadores. Si os ponen unas velas negras mientras suena este disco, la muerte por corazón roto estará asegurada. 

Pero lo que más me inquieta es la semejanza de uno de mis trabajos (dueto con A. L. Guillén) en el tratamiento de algunos sonidos para el disco "Koinonía", bajo el nombre de La Orquesta Argárica. Porque este disco no lo había escuchado nunca en su integridad excepto las tres primeras canciones.



Solo un año después, 1991, publicaron "Vida y Color", un disco no tan conocido, para los de generaciones posteriores, como por ejemplo "Multimierda". Abren el disco con una base dance digna de productores belgas como Jo Bogaert que acompaña scratches sobre frases tan delirantes como la del título "Tenemos todo el barro que queremos". Una sinfonía vinidélica acompañada por unos riffs de guitarra finales que podría sonar en una discoteca con Christian Marclay de relaciones públicas. El sampler va tomando cuerpo en este disco. 

Cada vez que lo escucho me genera más admiración. El segundo track contiene, sin no me equivoco, un sampler de Public Enemy. Puro pegamento para sobrevivir en mundos urbano y salvaje. Donde el culto a la cultura popular domina en la producción dignificando a los habitantes que deambulan por los barrios obreros. ¿The Bomb Squad y Jon Hassell juntos? Sí. Y no es un milagro esa fusión. Han sido clonados en Barcelona. Clonaciones Petunio culpables. No voy a desglosar cada compás del album. Prefiero que lo escuchen con la atención que merece. 

Esta rara avis es materia más que exótica, es una pastilla gomosa que induce a un caos semi controlado. Escupemetralla predica que lo ideal es una escucha en domingos extraños. Como ese "Tocomocho" sin camisa roja y corbata negra para robots, ¿la habrán escuchado Ralf y Florian? O la exhuberante oda iraquí post (o pre) Guerra del Golfo titulada "NWO", acrónimo de New World Order. Como siempre, anticipan la historia porque viajan desde el futuro. El final perfecto es ese loop drónico, inquietante y a su vez bello titulado "Motor inmóvil aristotélico". Si escucháis esta canción con el inicio de las películas Blade Runner o Cielo Líquido os dejará boquiabiertos. 


No pienso escribir nada de uno de mis discos favoritos e influencia directa en mi manera de entender y articular los sonidos. "Multimierda", obra maestra de la música experimental y underground española está incluido en este recopilatorio. Y sí, contiene su mega anti éxito "Quiero ser guitarra de Esplendor Geométrico". Pero el disco es muchísimo más que eso y se sabe al darle al play para escuchar "Ritmo X". Por cierto, me hice una camiseta con la portada, de las más provocativas de la historia de nuestro país. 

La llevé para uno de mis conciertos hace algunos lustros, y casi acabo en pelea porque un cazurro (niño de papá en realidad) no entendió la ironía. Creía que era nazi porque aparecía Hitler en la foto. En fin. Anécdota irrelevante y mucha multi masa sonora.  Eso sí, la inspiración multi mierdosa hizo que el concierto saliera redondo, calentando motores para el cabeza de cartel, Cristian Galarreta


De regalo, tras el tríptico insuperable, se incluye para cerrar este agujero de gusano colapsado (que no box set), como ellos explican, "The Third World Chickenpoxp", de 1994, un año antes de "Multimierda". Obvio el homenaje a The Residents pero con Ceaucescu comiendo pollo KFC y un nazi sujetando una zanahoria en la portada. Detritus de primera en modo "Third Reich ´n`Roll" rumano con dos temas que son puro sabotaje. Carburetor Records se equivocó. ¡Kaw-Liga Noise! 


Lo único malo es que se me ocurrió presentarles la idea de realizar una sesión, pero no la típica de DJ, sino de esas que hago bajo el alias DJ Acid Marx con el nombre de Cabina Experimental, donde doy rienda suelta a todas las tropelías prohibidas en una cabina de DJ. O sea, usar la cabina de los pinchadiscos en una zona de control para la experimentación más libre y radical. 

De este modo, surgió de entre la no set box de Escupemetralla parte del contenido de la cinta, a modo de sincero homenaje. Lo que no esperaba es que aceptaran la propuesta. Supongo que la ola de calor extrema en estos tiempos de crisis climática y económica hacen lo suyo incluso entre las mentes más lucidas. Se titula "Escupemetralla Corrosiva Mix" y concentra en menos de media hora el espíritu crítico y super creativo de uno de los mejores proyectos que ha parido la experimentación catalana.


¡Larga vida a Escupemetralla!




4.7.25

Los límites del sonido en Altea.



"El ruido superficial es el sonido del tiempo. Escuchas y te das cuenta de que el mundo ha seguido adelante sin ti". (Philip Jeck)


Con motivo de la celebración el 18 de julio del World Listening Day (WLD) para concienciar sobre la importancia de la escucha en nuestras vidas y en el mundo, publico la referencia 101 de República Ibérica Ruidista titulada "Los sonidos del límite en Altea", un trabajo sonoro que reúne una serie de grabaciones de campo realizadas entre 2023 y 2024 en un paraje natural situado en las afueras de Altea (Alicante, España).

Un lugar especial donde abundaba la Arundo donax. Un cañaveral que invadió la desembocadura del río alicantino en un área de 50.000 metros cuadrados entre el puente de la autopista AP7 y el mar. Pero ha sido eliminado para evitar inundaciones y propagación de especies invasoras. La desembocadura del río Algar es un entorno híbrido, donde confluyen el monte bajo mediterráneo, antiguos bancales de cultivo, acequias, y barrancos de piedra caliza, configurando un paisaje sonoro rico en texturas, capas y silencios.

Durante las sesiones se emplearon micrófonos de contacto, hidrófonos, un geofón adosado al puente (muy transitado) que preside el lugar, y pequeñas grabadoras Zoom y Roland en campo abierto. Estas técnicas permitieron capturar fenómenos acústicos imperceptibles al oído desnudo: las micro-vibraciones de la materia vegetal y mineral, la resonancia del agua bajo tierra, el ruido eterno de los coches al cruzar el puente, o las tensiones invisibles que atraviesan el territorio cuando el viento, el sol o la fauna lo modifican.

El resultado no busca una representación fiel del entorno, sino una escucha expandida: una atención radical que transforma el espacio en cuerpo resonante. En estas piezas se entrelazan el canto distante de un ave, el goteo incesante en una cavidad calcárea, el zumbido de un insecto sobre una hoja metálica, el crujido térmico de una roca, o el eco filtrado de una actividad humana apenas presente.

Este disco propone, por tanto, un tipo de escucha en el que el tiempo se dilata y el paisaje revela una memoria no escrita. Cada fragmento sonoro es una grieta en el presente, un acceso al subsuelo invisible del mundo.

27.6.25

Sirat: bombos peligrosos y otro tipo de insurgencia.


Tras visionar Sirat en una sala de cine, me propuse investigar un poco sobre la película de Laxe mediante algunas de las entrevistas que ha concedido a los medios de comunicación. Quería poner en contexto alguna de las reflexiones que extraigo de esta gran película ganadora de un premio en el Festival de Cannes. Para mi sorpresa, pude comprobar que el director no solo estaba bien asesorado al respecto del mundo de las raves con los típicos estudios cual escritor de novela histórica, sino que dado el calado en su análisis y aporte sobre esta subcultura electrónica, entendí (apenas conozco de él lo que deduzco de sus películas, sin entrar en su vida personal) que él forma parte (a su manera) de esta comunidad a-sistema que reproduce estados mentales (mediante química y volumen sonoro) similares a lo que los druidas del pasado pretendían en sus sociedades antiguas.  

Sirat está siendo aclamada allí donde se presenta, en cada una de las salas de nuestro país, con una excelente recaudación para ser cine no comercial. Con el Premio del jurado en Cannes bajo el brazo como carta de presentación la película de Laxe se ha convertido en todo un fenómeno capaz de llenar salas de cine, con la dificultad que conlleva por el mero hecho de ser una película española. 

Unir cine de autor con cultura rave era una apuesta muy atractiva, y dado el planteamiento y situación en la que se encuentran los actores con sus vivencias, todo parecía apuntar a la típica película endogámica para super cinéfilos y tribus culturetas elitistas. Pero la historia y las reflexiones que plantea Sirat, más allá de si se está de acuerdo con ellas o con la forma en que se plantean, son en realidad universales, y trascienden más allá de lo que practican, especulan y desarrollan una ínfima minoría de la población que como nómadas del pasado practican una huida a su pasado personal, sus infiernos interiores, o su opresión por un capitalismo dominante que recorre todo hasta provocar asfixia física y mental.


Me decidí a escribir unas líneas tras escuchar en boca del director el nombre de 
Spiral Tribe, uno de los proyectos filosóficos y de vida más contundentes del mundo que rodea la música techno desde finales de los años 80 con el inicio del segundo verano del amor (acid house) y las posteriores fiestas ilegales (raves) en el Reino Unido que fueron perseguidas legalmente y desde el Parlamento por los tories (Thatcher y más tarde John Major). Era la archiconocida Criminal Justice Bill de los inicios de la década de los noventa del pasado siglo. Tras la proliferación cada vez más masiva de fiestas rave, se legisló contra ellas recortando libertad de movimiento en ciertos aspectos y lugares públicos para impedir el crecimiento de esta cultura que plantaba cara, a su manera, a las políticas ultra capitalistas del gobierno conservador. Se llamó Public Order and Criminal Justice Act, lo que provocó una serie de protestas multitudinarias en todo el país. Los llamados travellers o crusties (de forma despectiva) se rebelaron contra esa ley que consideraban criminal. Aún recuerdo grabar en cinta VHS videos en la MTV del grupo británico The Drum Club, mis travellers favoritos, o del grupo de rock, electrónica y rap Senser, que llegaron a actuar en directo en tierras españolas (Espárrago Rock). 

Numerosas asociaciones, grupos organizados, grupos de música (Dreadzone, Spiral Tribe, The Drum Club, D*Note, etc) se manifestaron, pero no pudieron detener la ley que comenzó a aplicarse en todo el territorio. Hay constancia en videos musicales que muestran aquellas protestas, como el de Dreadzone y su canción Fight the power, parafraseando la mítica canción del grupo de rap estadounidense Public Enemy

Volviendo a la referencia capital de Spiral Tribe, hay que recordar que armaron un sello discográfico, Network 23, y que uno de los miembros de su Asociación se llamaba Jeff 23. De ahí que el número 23 tuviera un significado más allá que el numérico. Se convirtió en un elemento definitorio de la cultura techno alternativa al universo hedonista de los clubes de las islas, y del resto del mundo. Un guiño a esta cultura hubiera sido renombrar la película como Sirat 23


De los estertores de todo aquello, sobrevivieron grupúsculos que mantuvieron la llama, el espíritu de aquel movimiento neo hippie, ciberdélico, y a sistema (no se enfrentan directamente) que de forma dispersa seguían celebrando en distintos lugares de Europa, África y Asia (Goa es un referente para los niños de papá que desean vivir experiencias sensoriales bajo el consumo de drogas psicodélicas y alto volumen de música trance). En España se mantuvo, tras el bajón de la fiebre hard techno en la zona de Valencia y posteriormente Cataluña, esta cultura en algunas zonas del país, organizando fiestas que atraían a distintos grupos de otros países (Francia principalmente) y que se celebraban en lugares apartados y poco poblados de nuestra geografía. También en lugares más remotos como los que refleja el director de este film: Marruecos y zona del Sáhara Occidental con la frontera con Mauritania. 

Es importante destacar (y así refleja Laxe a estos personajes) la importancia que reciben los protagonistas, donde examina el verdadero significado de esta subcultura que va más allá de lo meramente juvenil y hedonista. Y que muta en la forma que vemos por esa ley reaccionaria y restrictiva que se aplicó en el Reino Unido allá por 1994. 

Aparte del punto de inflexión a mitad de la película, que obviamente abre "otro melón" filosófico, lo que me gustaría destacar, además de la soberbia banda sonora que nos sitúa más allá de lo meramente estético y la fotografía (un protagonista más integrado a la perfección) esplendorosa, es ese culto tan bien explicado en el inicio del film, el del neo totemismo posmoderno que ahora se muestra con esos monolitos sónicos llamados altavoces, cajas, subwoofers, etc, que se enfrentan a una sociedad globalizada que consume a una parte de la sociedad. Esto se ha agudizado tras la pandemia del Covid-19, adoptando una forma espiritual donde la fe se mueve en forma de ondas sonoras a grandísimo volumen. La introspección, ese castillo interior al aire libre, se genera mediante bombos intensos y rítmica repetitiva y minimalista que te eleva a ese otro éxtasis llamado trance (musical). 



La película llama en todo momento a una esencial frase convertida casi en dogma por los travellers, que en pleno inicio de una supuesta III Guerra Mundial cobra todo su sentido: Free music for free people. Un lema que significa anticultura por ser un rechazo a las normas y valores capitalistas impuestos por la sociedad dominante.

Laxe muestra a la perfección esta idea, además de otras como la autogestión e independencia como formas de vida, ya que se puede comprobar desde las primeras secuencias que esas raves están organizadas de forma colectiva y autónoma, en contraposición (en la práctica, no solo en la teoría) al capitalismo. Con una lógico rechazo al beneficio inmediato y a la acumulación de riqueza mediante la explotación del hombre por el hombre. El niño que busca a su hermana es el primero que lo entiende, no el padre, que está más "intoxicado" de la ideología dominante, tiene el deseo de compartir lo que tiene porque ve otra practica social en los travellers. 

Por no hablar de esa potente idea sintetizada en tres palabras; Do It Yourself (DIY), que genera su propia cultura, readaptando todo lo que encuentran (esa secuencia en el castillo interior de cuatro ruedas donde se reparan esos inmensos tuits de altavoces. O de esa cultura viajera que salta de zonas autónomas a otras, de forma temporal, como cuando emigran las aves o los mamíferos buscando otras temperaturas, agua, comida. Y que buscan una especie de autogestión proto estatal, o anti estatal de trueque y cooperación social. 


Mi ideal de esta subcultura que usa la música electrónica techno (no siempre esa música)va más allá de una asociación ácrata sin mandos ni organización, sin objetivo alguno o misión que la de compartir sus gustos musicales y ver la vida pasar sin plantear una alternativa real al sistema dominante. Es cierto que en la película se refleja algo de este espíritu de huida constante de gente que no encaja o no quiere pertenecer al engranaje de una máquina mortal y sanguinaria en muchos sentidos. Lo interesante de todo esto es que estos
soundsystem DIY itinerantes son espacios isla donde no existen las jerarquías y donde se prioriza básicamente la comunión (no en un sentido estricto religioso) a través del baile, de la danza. 

La definición de Laxe "las raves son una comunión de cicatrices..." me parece muy certera. En la película vemos la estética de los personajes inmersos en una catarsis colectiva mediante el trance, a través del ritmo repetitivo, hipnótico, con tatuajes (las nuevas cicatrices) e incluso mutilaciones o problemas congénitos en sus extremidades que no son barrera para la búsqueda del éxtasis por la electrónica. Porque lo importante siempre es sentir el ritmo y despojarse de las miserias de la vida monótona, inflexible, y mortal (en vida). Bailar es la única salida para ellos/as, bailar hasta el fin, sin descanso hasta el amanecer. 

Por tanto, la catarsis es colectiva. Rave, danza, éxtasis, liturgia química y finalmente liberación (aparente) de una realidad paralela opresiva. Y el carácter liberador de las fiestas ilegales es total. 

Al día siguiente de ir al cine volví a releer el libro Derecho a la fiesta, de Harry Harrison, uno de los colectivos rave más importantes, y que tiene como hilo conductor con Sirat esa idea central de libertad, comunidad, transgresión, y "espiritualidad". De búsqueda, a través de la fiesta de una acción político-existencial que de poder a la gente para evitar la homogeneización y el control social. 



De ahí que en toda la película se sucedan secuencias e imágenes poderosas representando conceptos como:

  • Colectividad ritualla música repetitiva actúa como liturgia, un credo sin palabras, que une a los cuerpos bajo valores similares, que no identitarios.
  • Éxtasis político: la pista se convierte en territorio liberado, un “derecho a la fiesta” legítimo en medio de un mundo hostil.
  • Fuga y contracultura: a través de una comunidad raver que viaja (película clásica de carretera)para desmarcarse del sistema económico y social que les oprime y esclaviza de alguna manera. 
  • Rito iniciático: ya que tanto en la película como en el libro de Harrison, la travesía, con su desolación incluida, el riesgo del viaje (interior también) y la clandestinidad (son perseguidos por el ejército cuando irrumpe en la fiesta), simbolizan plenamente el paso a una nueva especie de conciencia, un camino hacia otro estado del ser. Y que es ahí donde la vulnerabilidad del film se acentúa con las criticas recibidas por un sector de la crítica especializada que diluye algunos aspectos sobresalientes de esta obra por obsesionarse en un segundo plano por la espiritualidad, por un análisis metafísico del mundo. 
  • Tensión y dicotomía entre libertad-control: el Estado (y sus fuerzas represivas) interviene para reprimir la fiesta. Algo que contrasta con la defensa del derecho a la libertad de expresión mediante un ritual dancístico llamado rave. Es finalmente un acto de resistencia política, y se refleja a la perfección desde el minuto uno en Sirat
  • Transformación y cicatrices: son físicas y emocionales, y que se muestran en los momentos más intimistas del fin. Esos ravers, que siempre son presentados en los medios de comunicación como una masa cuasi inhumana y antisocial, llevan en su mochila simbólica cicatrices de la vida capitalista, físicas y emocionales. Y su única cura es la fiesta DIY, su medicina, su salvación que alivia su constante vulnerabilidad. Porque ¿acaso es un crimen bailar y consumir música? ¿No es más bien un proceso de sanación colectiva más allá de un mero escapismo?
  • Ritos del pasado: tanto la travesía física por el desierto, como las marcas que quedan, participan de una especie de ritual de purificación y renacimiento. Incluso si se producen situaciones límite e intensas. 


De entre mis momentos favoritos de Sirat quiero destacar alguna escenas: el apilamiento de altavoces y trance inicial con la llegada del padre y el hijo integrándose en la caravana o más bien comunidad insurgente. Las cicatrices emocionales de los protagonistas y su catarsis colectiva, 
el abandono y la sanación interior. 


La escena del ejército disolviendo la fiesta como reflejo explícito
de control social y represión del espacio libre, algo importantísimo
para la comunidad raver. Y la fiesta como forma de resistencia y
sanación.

En resumen, Sirat, funciona espléndidamente porque muestra de forma
magistral que la cultura rave, el trance colectivo, y la travesía
espiritual frente al Estado represor, son manifestaciones de un mismo
impulso: recuperar la libertad, la comunión (o colectivismo), y un
modo de vida alternativo.
La tensión entre libertad y control: el Estado 
(y sus fuerzas) intervienen para reprimir la fiesta, 
esto contrasta con la defensa del “derecho a la fiesta” 
como resistencia política. Y así, la fiesta es el último 
reducto, hasta sus últimas consecuencias. Porque en medio 
del caos, del desastre humano, la celebración adquiere una 
potencia máxima simbólica e inigualable.



Las raves son una comunión de cicatrices… de la cultura 

rave me interesa ese elogio de la fealdad y de la cicatriz… 

asumir que estamos todos rotos… y buscar curarte… en una 

ceremonia en la que bailas, sudas, vomitas y ves tus fantasmas… 

pero, al final… una ceremonia sanadora.” 








2.2.25

Needle In Pain: Turntablismo ibérico.





La frecuencia cardiaca de Needle In Pain suele ser estable pero con altibajos, 33 latidos por minuto o 45, según diferentes parámetros. Las agujas de los tocadiscos que utilizo sufren dolor. El nivel de estrés y sometimiento de las agujas es alto. El motivo es la alteración intencionada mediante procesos abrasivos y contundentes de los vinilos viejos que son usados para generar sonidos nuevos y alterar los preexistentes que fueron instalados en cada surco de los discos editados. Esta vez como obra de arte en movimiento, ejerciendo una supremacía práctica sobre el cuerpo teórico del proyecto. 
O mejor dicho, NIP es un proyecto de donde la teoría se pone en movimiento, con gran importancia en la improvisación mediante la utilización de todo tipo de técnicas experimentales y de DJ estilo hip hop (una de las diferencias con respecto a otras propuestas reconocidas). 

Este submundo artístico de lo experimental en lo sonoro no se suele realizar en suelo peninsular. La única persona que conozco que usa de forma constante los giradiscos (alternando instrumentos de viento como el clarinete)es Pelayo Arrizabalaga, un curtido experimentador con una trayectoria impecable. Más allá de las propuestas de este pionero, desconozco la existencia de algo parecido. Fuera de nuestras fronteras, y a lo largo de las últimas décadas, aunque las primeras ocasiones datan de la década de los años 30 del pasado siglo XX. 

Algunos nombres de artistas son realmente importantes. Por ejemplo, John Cage, que en 1939 instruyó a dos músicos para manipular vinilos según frencuencia, tono, en tocadiscos de velocidad variable, para su composición "Imaginary Landscape Nº1". Unos años después, en la década de los 60, el checo Milan Knízák, usó vinilos rotos en tocadiscos, siendo su pieza escultórica "Música destruida", una muestra de esos trabajos sonoros. Fue una influencia importante en la obra de otro genio: Christian Marclay. Tal vez, junto con Emil Beaulieau (Ron Lessard) mi gran influencia, además de algunos DJs provenientes de la cultura del hip hop (Kid Koala, Terminator XDJ Zero... y el techno underground (Jeff Mills). 

Esto genera en Needle In Pain una gran riqueza en matices sonoros y propuestas más texturizadas inarmónicas y anti rítmicas a la hora de interactuar con herramientas para generar composiciones como son los vinilos dañados, reconfigurados de distintas maneras. Uniendo dos épocas: la más experimental y salvaje (Lessard y Marclay)con la actual con influencias de la cultura electrónica y urbana. 

El nuevo trabajo de Needle In Pain quiere demostrar el carácter escultórico del tocadiscos como ente central generador de obras experimentales en tiempo real. En este caso concreto mediante uso de piezoeléctricos y softwares de efectos. 
La publicación es en República Ibérica Ruidista y tiene una edición digital con 8 grabaciones y otra en físico, una obra de arte sonoro, un cuadro con vinilo manipulado con técnicas mixtas que incluye además de los 8 tracks, una grabación exclusiva.
Larga vida a Needle In Pain. 









28.8.24

MaXXXine: terrordome en Hollywood.







La primera pregunta que deberíamos hacernos tras visionar la película es si MaXXXine, del audaz Ti West, nos puede sirve para asentir o para desestabilizar ideológicamente el sistema de Hollywood, como diría el escritor y periodista Rafael Chirbes en una de sus publicaciones. No podemos olvidar que la meca del imperialismo cinematográfico es otro protagonista principal, aunque metafísico, y maneja a su antojo a esos seres que incluso de manera sangrienta tratan de escribir sus vidas lo mejor que pueden, creyendo en un futuro personal mejor, aunque realmente, y sin tener con conciencia de ello, únicamente pueden tomar algunos apuntes a pie de página de su propia obra vital.


El cierre de esta colección (trilogía) meta cinematográfica es una de las señas de identidad del director, porque trata de restituir a esas gentes que se buscan la vida intentando abrirse camino en la jungla de asfalto. Si rebobinamos, otros personajes ya padecieron esa enfermedad de la precariedad, véase la película Cowboy de Medianoche, de 1969. Ser "chapero" o estrella del porno es la metáfora con más o menos puntería de lo que en términos marxistas denominamos venta de nuestra fuerza de trabajo. En este caso, la carne y los genitales para encumbrarse a lo más alto de la fama. Es lo que desea Maxine, la protagonista del filme, ser famosa mediante la coartada del cine.

Y con ese hilo conductor, pero sin establecer un análisis crítico en las formas y moral de esa búsqueda, West, realiza un notable repaso de aquellos (cada vez más lejanos) años 80, que en plena era Reagan y a modo de ficción, muestra desde un punto de vista pop, la cultura e idiosincrasia de aquellos años, donde la ley del más fuerte y el más competitivo se establece en el auténtico marco de juego. Unas reglas, por cierto, que ya pasan factura en esa decrepitud capitalista. La estética del filme es el universo gore ochentero, las snuff movies, y cine giallo como referencias directas, pero para las masas.

Lily Collins lo explica genial en su papel; tiene suerte de seguir rodando películas aunque no sea con papeles protagónicos, porque lo importante es pagar el seguro médico. Pregunta: ¿Hay algo más aterrador que eso?

El manejo del montaje y el ritmo en la película es de alguien que sabe que tiene talento e intenta que lo sepamos. La primera mitad de la película es apoteósica en ese aspecto, así como el uso de la música y los sonidos (donde el cine de terror sufre menos prejuicios en cuanto a experimentación). La selección de las canciones es perfecta y sin coger especial importancia, describen fielmente aquellos años, circa 1985.

Lo que más destaco, además del montaje y la música, es el guiño humorístico (sin rozar lo absurdo y la parodia) de todos los tributos que acontecen mientras se desarrolla la trama. Hay mucho simbolismo en cada secuencia, como por ejemplo cuando las cintas de VHS en el videoclub son salpicadas bruscamente de la sangre de uno de los actores secundarios. En mi opinión es la representación del asesinato de esa cultura del videoclub. Aparecen transeúntes disfrazados de Chaplin o Keaton.

West acierta en el casting. La protagonista Mia Goth parece haber nacido para rodar esta película. Su interpretación es descomunal. En cuanto al resto de interpretes la mayoría están cercanos a la excelencia a pesar de su escaso desarrollo psicológico. Mención aparte merece Kevin Bacon, un actor superlativo que construye un hito sobre la personalidad de un detective chusco y sin escrúpulos, amante de lo zafio sin saberlo, y con querencia por la buena vida pero que hace exactamente lo mismo que Renfield sirviendo a su amo. Aunque en vez de comer cucarachas bebe bloody mary. Verle actuar con su vestimenta invita a recordar una versión ácida y mugrienta de aquel detective con la nariz rota en Chinatown.


Su desaparición de la trama es sublime, pero más aún esa reyerta de retazos cinéfilos cuando persigue a la protagonista hasta el decorado de uno de los remakes de Psicosis. Es uno de los momentos delirantes de la película, aunque para llegar a ese éxtasis antes hay que ser cinéfago. De lo contrario, el carisma de la película puede desaparecer a los primeros compases.

Otro momento a destacar es cuando la protagonista acude a una discoteca de la ciudad angelina. Es una de las mejores secuencias de esa temática que se han rodado. Los ambientes y la música siempre son rodados de forma "cutre", sin el alma y la efervescencia que se generan en esos lugares tan especiales. El uso del la luz estroboscópica como parte de la estética es perfecta. Y si le añadimos que la canción elegida es "Welcome To The Pleasuredome" de Frankie Goes To Hollywood, todo cuadra a la perfección y eleva a categoría de arte esos momentos de diversión. Esa secuencia estaría a la altura de la discoteca del capitulo japonés de Babel de Iñarritu, el concierto de Bauhaus en el inicio de El Ansia, o el after post punk de Jo, qué noche. Lo que ocurre después más que placer es puro terrordome, como pocos años más tarde rapearían Public Enemy. La pincelada sonora de New Order con "Shellshock" significa que el director no es un garrulo con aspiraciones de posmodernidad. Está bien asesorado.


Lo peor: el final de la película donde readapta, a su manera, a De Palma mediante una crítica zafia al fundamentalismo mesiánico y ultraconservador, hilo conductor de la película. La sobreactuación (queriendo o no) del reverso antagónico de Maxine, es puro vertedero. Mejor que no hubiera descubierto su rostro porque su pésima interpretación (incluyo a su pandilla de chalados ultracatólicos) acaba con una especie de ajuste de cuentas a lo Charles Bronson o inspector Callahan.

En definitiva, esa marea de revisiones atractivas sobre aquel otro cine, no es más que la necesidad de la industria del cine de readaptar y homenajear a esos trabajadores en EEUU que desarrollaron sus carreras en aquellos años de conservadurismo y de reverencia a la farlopa.

Nota: 6.5/10





18.6.24

Acerca del uso del ruido en la música popular



Acerca del uso del ruido en la música popular es el título que he elegido para esta especie de reflexión, algo diferente a lo que podríamos señalar como un pequeño artículo. He buscado el tiempo que no tengo porque la temática me obsesiona desde hace varios lustros. Y porque la apuesta de largo del autor (tras décadas escribiendo sobre música y cultura) bien lo merece. Bien, se trata sobre la reciente publicación en Alpha Decay de Un cortocircuito formidable: de los Kinks a Merzbow: un continuum del ruido, libro del crítico y divulgador cultural (i altres coses mésOriol Rosell

Este acercamiento a la historia del uso del ruido en la música popular y la experimental, consta de 235 páginas (si no me equivoco) y debería cortocircuitar los prejuicios de la gente acerca de los ruidos (siempre con connotaciones negativas y opuestas a la música). Incluso a los que detestan profundamente cualquier tipo de ruido. Desconozco si esa era la idea original, pero desde el inicio, incluido el más que correcto (por definitorio y sintético) prólogo de Javier Blánquez, hasta el último capítulo, se nos avisa de que esta publicación no es un trabajo exhaustivo sobre el tema en cuestión. Algo que agradecerán los que llegan a él desde el desconocimiento pleno de ciertos estilos y corrientes musicales, que por otra parte, están alejados del público (incluido el más joven). 

Mi percepción es que aún así, sí que explica de manera sencilla y clara (para las masas) cuales son las bases del marco teórico y práctico que incitaron a que en el pasado siglo (en sus inicios) el uso de sonidos atonales, estridentes y nunca antes considerados música, sirviera a ciertos proyectos musicales (académicos, populares y experimentales del submundo underground) como una vía correcta de expresión, aunque solo fuera a un nivel meramente estético. Y lo complicado del asunto es que esa aparente claridad arroja luz, más que dudas, en este proceso gnoseológico con forma de pequeño libro. Y eso es todo un logro.

Desde un punto de vista que podríamos considerar de acracia lúcida, los derroteros que sigue Rosell en el libro son los de mostrar ciertos aspectos nodulares, y diría también que azarosos, de lo que a la postre sería el fenómeno y referente contracultural más destacado del siglo XX, el ruido como elemento creativo, de comunicación, y de arma arrojadiza en el arte. Lo más destacado para él, y no desde un punto de vista únicamente estético, desde el subjetivismo (obviamente) con fundamento, es que repasa momentos que cambiaron la historia de la música reciente, con discos y nombres de referencia, en un sentido amplio, que gustará seguramente a los neófitos y amantes del pop y el rock más minoritario. 

Lo que resulta paradójico es que un libro (necesario y ameno) como este, se publique en un tiempo que en mi opinión podría considerarse como el de la resaca del noise. Ya que su época de esplendor, al menos a nivel popular y contracultural, al margen de lo académico y aparentemente serio, abarcaba la última parte de los años 70 del pasado siglo hasta la mitad de los años 90, cuando ya los sonidos más ruidosos (por ejemplo en el ámbito del rock) estaban tan familiarizados que en los bares la juventud sónica escuchaba a grupos de rock marcadamente ruidosos sin que nadie se "tirara de los pelos". Algo que ahora sería impensable en la cada vez más aséptica música pinchada en los "locales de marcha". En cierto modo, y permítanme la expresión, "vamos como los cangrejos". 

Es más, en El ruidismo como realidad sonora: la rebelión contra el arte burgués, publicado en la revista digital Sul Ponticello el 7 de mayo de 2015, un artículo que escribí y donde di rienda suelta a mi pensamiento en ese momento sobre el ruido, su uso como herramienta para el arte (ruidismo), y las consecuencias directas e indirectas que tiene según su uso (más allá de lo estrictamente musical),  recibí ciertos comentarios de músicos de los 80 que participaron de ello de manera protagónica, y de manera crítica, alegando que eso del ruidismo como concepto de arte en la música y de expresión social y generacional ya estaba más que superado. Y que debería ser condenado al rigor mortis. Esa subjetividad repleta de prejuicios (por motivos que desconozco) no era para nada creíble. Pero no porque no tuvieran parte de razón, que la tenían, sino porque hasta la última coma olía a derrotismo.

En el primer párrafo de ese artículo escribí lo siguiente: "La finalidad del ruidismo como movimiento estético y "musical" consiste en la oposición a los atractivos de las formas sonoras ya hechas de antemano, las consideradas como tradicionales. Pero deberíamos preguntarnos si en la actualidad el ruidismo como género contundente y visceral por antonomasia es aún el gran movimiento de reacción capaz aún de cambiar la música". 

Casi una década después, no cambio ni una coma. Y lo mejor, nueve años después se publica este imprescindible y atractivo libro, que ni es libelo (lo que dirían sus críticos), ni una enciclopedia (ni falta que hace), ni un testamento de algo caduco y muerto. Todo lo contrario, es una guía (ciertamente incompleta y puede que imperfecta en algunos aspectos) con una visión alternativa, muy global, y nada sectaria (todo un acierto), que ayudará (yo diría que iluminará) a algunos a quitarse el pasmo que la élite cultural dominante ha instalado en sus cerebros desde bien niños. En realidad, este libro está publicado "a contrapelo" contra ciertas modas actuales que con sus latigazos etéreos y de sobredosis de acoples y reverbs de bubblegum, nos empalagan hasta la saciedad. Lo acertado de la óptica elegida por Rosell es precisamente esa, la de no arrinconar aún más un estilo (o varios, porque son muchos) o más bien una manera de usar el ruido, que ya de por sí, está encarcelado en las mazmorras de lo minoritario. 

Así pues, mis sinceras felicitaciones al autor por escribir y condensar todo su pensamiento de años al respecto del todopoderoso ruido infiltrado en las músicas populares. Y también a Alpha Decay por sacarlo a la luz y no permitir que estuviera en un cajón guardado o en el mejor de los casos, escrito para una minoría en algún fanzine (imagino) de corto recorrido en la distribución.

El libro es muy ilustrativo de lo que fue esa corriente (muy diversificada y en ocasiones antagónica), y desbroza la tradición noise desde sus orígenes futuristas (acertadamente propone como piedra angular a Luigi Russolo) hasta el uso de la música popular de las estridencias atonales, la música industrial, el llamado japanoise y la electrónica más ruda y anti melódica. La conexión está ahí, Oriol Rosell la muestra en sus seis capítulos (incluido el epílogo), y es todo un acierto frente a las visiones sesgadas y estanco que ciertos gurús de la crítica musical (principalmente de la electrónica) han ofrecido habitualmente desde hace años. Pero la realidad es tozuda. Más aún, la verdad es revolucionaria. Y este libro tiene mucho de verdad.

El nexo aparentemente inexistente entre El arte de los ruidos de Luigi Russolo, Pierre Schaeffer, The Kinks, MC5, el Lou Reed de Metal Machine Music, Throbbing Gristle, Monte Cazzaza, Emil Beaulieau, Hijokaidan, Boredoms, Masonna, Hanatarashi, Toshiji Mikawa y Earth, es irrefutable. Un cortocircuito formidable defiende esa tesis, que en mi opinión es acertadísima.

Pero no me sorprende, ya que desde hace años conozco la posición de Rosell acerca de estos temas, y también de que estaba "rumiando" la idea de publicar un libro introductorio y total sobre las distintas propuestas sonoras y acercamientos al ruido como elemento primario para la expresión. 

De cualquier modo, este acercamiento  transversal y anti sectario es arma contra las mentalidades obtusas y cuadriculadas, donde la historia del ruido en la música (que no la historia musical del ruido) explica mejor que algunos historiadores revisionistas y positivistas, el pensamiento y el devenir sociocultural de los últimos cien años, a través de unas músicas (perdón he dicho música) que de forma oculta y soterrada nos han acompañado (cuando rompían el silencio impuesto de la dictadura capitalista) sin que nos diéramos cuenta. Este libro, que os recomiendo encarecidamente, es muy didáctico, nada neutral (afortunadamente), algo denso por la cantidad de información y de nombres desconocidos para el gran público, pero muy ameno. 

Con un estilo certero que aparca saturaciones hipster impostadas y traídas de la tierra de las barras y estrellas, el libro ayuda al común de los mortales a desentrañar los tipos de propuestas diferentes que algunos grupos y artistas han desarrollado en sus contexto histórico y cultural. 

En los años 60 del siglo pasado The Kinks (interesante inclusión del grupo británico en este libro sobre ruido que alertará a los adictos radicales del japanoise), los escoceses The Jesus & Mary Chain, (icónica banda del indie rock), o Masami Akita con su heterónimo Merzbow (todopoderoso dios del ruido para el público más generalista). 

¡Importante! 

Esto significa que no es un libro sobre japanoise, y demás subgéneros radicales del noise más crudo. Gustará tanto a los más eclécticos y anti talibanes amantes del rock menos anquilosado, como a los completistas de discos de William Bennett y sus compañeros cabrones de viaje ultra noise rock. Porque en definitiva, quien piense que en un libro no puede compartir páginas Kevin Shield, Throbbing Gristle o Whitehouse, es que no tiene ni idea, independientemente de lo que se piense de las producciones musicales de los artistas citados. 

Repito, no es un libro de ruidismo (ese concepto-definición de los años noventa que tanto amo), sino del uso del ruido como elemento creativo tanto en la música popular (contracultural o no) como en la académica (vanguardista o no). 

Es cierto que no soy crítico cultural, ni articulista, ni prescriptor, ni columnista, ni entrevistador. Aunque he ejercido en algunos momentos de mi vida de todo ello, pero quiero que sepan que para quien les escribe, el ruido es un ineludible sismógrafo de la época imperialista industrial y postindustrial, que oscila desde el último tercio del siglo XIX hasta la actualidad. 

La cuestión es que ese recorrido de la música y el ruido, que incluso genera la propia sociedad interactuando en la naturaleza, y de ¡la propia naturaleza! (más ruidosa aún que el mundo urbano que generamos la humanidad), ha sido apartada durante décadas, incluso censurada como algo aberrante y degenerada. 

Por mi parte, el noise, ruidismo, o como queráis denominarlo, más allá del uso fagocitado del pop y del rock de la industria musical, es más necesario que nunca. Y aunque ha sido usado a nivel estético por gentuza fascista (que levante la mano el género musical que esté libre de grupos y música nazi), o por gobiernos autoritarios y dictatoriales (ráfagas de ruido contra manifestantes en la calle o presos encarcelados), el ruido es más que liberador, es simplemente un elemento natural más de nuestro mundo. Por cierto, sobre la cuestión del ruido como elemento represivo contra las masas revolucionarias, mi amigo Kamen Nedev podría realizar un master al respecto. No tengo duda de ello. Sin contenido político de lucha contra el poder, las propuestas noise aparentemente más viscerales, son inanes, inofensivas, y hasta cierto punto ridículas (en el mejor de los casos).

Como hijo de obreros y como obrero ocasional durante algunos años de mi vida, lo que para cierto tipo de gente es algo estridente, molesto (por atonal, anti armónico y arrítmico) para mí, el ruido (la mayoría de ellos) es la banda sonora de una clase social (la mía) que no se perturba con los decibelios "gruesos". Encuentro en ellos más musicalidad (perdón por describirlo así) que en ciertas partituras de compositores clásicos y populares. Algo muy Russoliano, por otra parte. Partiendo de lo que la gente considera ruido (algo molesto e insoportable a nuestros oídos), un pasodoble militar es para quien les escribe mucho más insoportable que los sonidos de una depuradora a pleno rendimiento, o una línea de producción de botellas de cristal para zumo (donde estuve trabajando durante un buen tiempo).

Lo que conocemos como noise es la antítesis de la tradición, y lleva años dando muestras de que es algo más que una dicotomía entre formalismo y antiformalismo, algo de lo que tal vez no se parte en el desarrollo de los capítulos, no le interese o tampoco sea operativo (a nivel ideológico) para el autor. 

Tal vez es que al deglutir el libro en un par de días, no he percibido "ese más allá" que esa dicotomía. Pero lo que queda muy claro es la intención de Rosell de mostrar este universo cuasi paralelo, como una manifestación cultural con un concepto del universo sonoro incompatible con la oficialidad y el orden inoculado en cada uno de nosotras y nosotros. 

La cuestión es si todo esto ya ha quedado caduco, puesto que el sistema económico capitalista, con su orden cultural y su ideología dominante, se ha apropiado (destruyendo toda la parte subversiva y abrasiva) de todo lo que representaba el noise como antítesis al poder establecido. No hay más que escuchar los ruidos domesticados de ciertas producciones comerciales de pop y R´N´B. Es ahí donde la "esencia" del ruido desaparece por el alcantarillado porque se empasta con la melodía. 

Si es melodía, no es noise. Digo esto como frase lapidaria, para sintetizar de forma radical mi filosofía sobre estas cuestiones, y para dejarlo claro. Por eso, los oyentes, mayoritariamente pueden aceptar ruidos en las producciones de música pop (no en el sentido de popular), pero nunca escuchar más de un minuto la saturación ruidosa e irritante atonal y anti armónica de un sonido que se eterniza durante minutos, o incluso horas. A no ser, por cierto, que se acompañen de imágenes en una proyección, o una película. Pero eso es harina de otro costal y que merecería otro artículo. Os pregunto: ¿Dónde están los sonidos ásperos, marcadamente sucios y molestos en esas producciones aparentemente super avanzadas? Enterrados, la industria musical no los permite. Que os quede claro. 

El conflicto estético, más que simpleza formal, lamentablemente no nos llevó a situarnos en ese motor de la historia llamado lucha de clases, en un sentido creativo y de organización, que nos debía llevar a un cambio transformador, que imagino es a lo que la gente decente aspira toda su vida. Al final, y aunque me cuesta escribirlo años después, el objetivo y resultado de una parte (no todos) de este tipo de propuestas (por muy radicales que sean) ha consistido en desorganización y destrucción derrotista, con una única finalidad que se sustentaba finalmente (y a niveles prácticos) en una oposición sin transformación, en un individualismo sin más poder que el de representar la angustia dentro de un sistema económico feroz y asesino. 

Mayoritariamente los músicos que hemos usado el ruido como herramienta compositiva y de expresión, hemos caído en algunas ocasiones en esa corriente mayoritaria. Es normal, en el mundo de la contracultura musical, también existen ideologías "dominantes" subterráneas que se manifiestan paralelamente a la mayoritaria y auténticamente dominante. 

Y el resultado es lo que tenemos, el noise como tradición (quien lo iba a decir) y elemento de estudio, y la fagocitación de sus premisas estéticas por los que siempre fueron, son, y serán nuestros enemigos (de clase). 

Partiendo de las palabras finales de Rosell en el libro, pero con otra idea similar, definitivamente considero que hay que seguir luchando aunque se fracase, porque al final llegará la victoria. Porque el ruido sí podrá vencer, saltando por encima de sus mil fracasos. De eso estoy seguro. Al menos, con este libro ya tenemos una batalla ganada. Ahora toca ganar la guerra.

Vivan los ruidos. ¡Larga vida al noise!

13.6.24

Furiosa: óxido, arena y ruido.



La película Furiosa es la continuación pluscuamperfecta y operística de la saga Mad Max. Presentada como la precuela de la revisión que el propio director realizó en 2015, esta nueva entrega tiene como ingredientes altas dosis de chapa, óxido, arena, ruido bello y venganza, adereza de una luz siniestra que se enfrenta a un caos dominado por sobrevivientes sanguinarios que tiempo atrás desterraron todo recuerdo humanístico. 

Los 148 minutos discurren como un kilómetro en autopista casi sin pestañear. Dividida en varios movimientos, George Miller, ya en su ocaso vital, nos regala un portento visual y de alto nivel en el montaje. Sin impactar tanto como la predecesora, y desarrollando el uso de ciertos efectos visuales digitales (bien gestionados), Miller estructura la historia al dedillo, sin opción a errores, estableciendo la justificación de la realización de una precuela, que es un recurso lamentablemente demasiado usado por los estudios de cine para ordeñar aún más beneficios. 

Pero en esta nueva entrega todo encaja a la perfección, excepto la presentación de un paraíso verde minúsculo en medio de un mar de arena gigantesco. Algo que resulta bastante inverosímil. La música de Junkie XL (Tom Holkenborg) no está a la altura de la anterior película, pero no importa, el verdadero protagonista es la sinfonía de ruidos de motor que haría resucitar a los pioneros del futurismo como Luigi Russolo. Esos rugidos maquinales son celestiales, y suenan como metáfora de la libertad raquítica que esos despojos humanos engrasan con sus vehículos: que son la única opción que tienen para circular en ese desierto teñido de violencia. 

La descripción del entramado económico y sanguinario de ese territorio apocalíptico explica su origen y desarrollo, en un equilibrio falso que rompe en mil pedazos un caudillo psicópata con ansias de proclamarse emperador que parece salido de una carrera de cuadrigas con cilindros. Me refiero al personaje Dementus. La lucha de clases entre la élite villana se agudiza a lo largo de la película, en paralelo al deseo de la niña protagonista de volver a su perdido paraíso familiar, pero antes debe que desencadenar su venganza contra los que destruyeron su infancia. 



La violencia es radical pero no gratuita, y se debe básicamente al conflicto generado por el control del entramado económico organizado y de poder, que se traduce en el dominio del transporte y del comercio  (trueque) mediante vehículos con potentes motores. 

Esos motores que rugen a lo largo de toda la película son coprotagonistas, dominando plenamente todo el espectro sonoro. Habría que volver a leer El arte de los ruidos de Luigi Russolo, o el Manifiesto Futurista de Marinetti, para comprender el alcance del esos sonidos como metáfora de poder y de cambio sociocultural. Como los futuristas, Miller exalta a las máquinas, la lucha por el poder a través de la agresividad, la guerra, la fuerza, la velocidad, el caudillismo, y por último la destrucción. 

Algunas de las secuencias de persecución mantienen un tono intencionadamente brusco, en contraposición con la quietud eterna del desierto, que sigue y seguirá durante siglos. Tal vez desde esa perspectiva podamos encontrar otra dualidad en la propuesta fílmica del director. Que en realidad es lucha del silencio del desierto contra el ruido de los despojos de la civilización desaparecida décadas antes. 

"…íbamos aplastando contra el umbral de las casas a los perros guardianes, que quedaban estrujados bajo nuestros neumáticos quemantes como cortafuegos." (Marinetti)



La dicotomía principal en el plano sonoro se concentra en el silencio del desierto, degradado por tormentas y demás acciones climatológicas, y también en la bestialidad inhumana mediante ruidos generados por los motores de esos vehículos-herramienta.  Furiosa usará esa bestialidad que la ha hecho sobrevivir contra sus enemigos. La experiencia desgarradora de su secuestro, supondrá una fractura vital que marcará su carácter para siempre. Del idílico paisaje casi de ciencia ficción tras la hecatombe, a la frialdad humana del desierto, la protagonista vivirá una inmersión total para contraatacar en el momento oportuno. Pasarán años, y mientras tanto se readaptará al servicio de la élite sanguinaria. Era eso o la muerte en el submundo lumpen reflejado en esas "madrigueras" de la parte inferior donde la mendicidad radical al borde del canibalismo, existe (que no sobrevive) como puede.

Miller deja poco espacio para el ámbito íntimo. No se recrea lo más mínimo en desarrollar el crecimiento psicológico de los personajes, plantados desde el minuto uno en la violencia extrema. Lo más cercano a ese precepto son los silencios, las nulas palabras (presididas por su mirada) de Furiosa. Sin ambivalencia, la precuela ahonda en el sufrimiento de ella por la separación trágica de su familia, mostrando la afición por la venganza como forma extrema de justicia. Furiosa no tiene otra opción si quiere volver a sus orígenes. Y su reinvención en Furiosa (no destripo más) es la clave para mantenerse viva durante años. 

La deriva (en el buen sentido de la palabra) que irán tomando los acontecimientos hasta el desenlace que se emparenta con la película del 2015, no va engaña a nadie. Ya que los espectadores viajan también en esa road movie infernal sin esperanza de un regreso a la etapa anterior. Eso tal vez sea lo más desolador, la concienciación de que no hay camino de retorno al pasado. El mundo, tal y como conocemos, fracasó. La desolación es el clima imperecedero de ese desierto asfixiante que se refleja magistralmente en la fotografía. 

Los colores dorados y cálidos son en realidad el frío del alma. Y la pulsión de vida es radiografiada en los ruidos bellos de los motores de motos, coches y camiones de esa nueva sociedad incapaz de generar más allá de la muerte y la tortura. Bueno, sí saben fabricar mediante el reciclaje, caballos metálicos de gran cilindrada.


Nota: 4/5